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sábado, 24 de mayo de 2008

La broma es la hermana juerguista de la mentira.

Hay cuatro mundos en los que meterse es peligroso rozando lo suicida: el juego, la droga, el crimen organizado y las bromas pesadas. Todos comparten un poderoso atractivo y una primera etapa de diversión, que degenera en un lento y doloroso proceso autodestructivo. Y, cuando se quiere salir, ya es demasiado tarde.

Si uno no gasta muchas bromas, pocas bromas recibe, en especial si te las tomas con una mezcla de incredulidad e indiferencia (Oh, ¿era mentira? Vaya). Pero si entras en el circuito, estás perdido por una doble razón:

-Nadie te acabará creyendo. Hay varias personas, ellas no lo saben, a las que jamás voy a tomar en serio, me digan lo que me digan. Así que espero que nunca me tengan que pedir un favor raro de esos que surgen en la vida. (Por ejemplo, un viernes por la tarde hace ya varios años, me tocó telefonear a un abogado británico, en nombre de un padre mi colegio, para comunicarle que precisaba de unos documentos con la máxima urgencia. Verídico 100%).

-Te gastarán y acabarás gastando bromas cada vez más pesadas. Se entra en una carrera armamentística de la trola, por la cual la que tú haces tiene que ser más gorda que la última de la que has sido víctima. Esto tiene unos efectos a medio y largo plazo imprevisibles y realmente peligrosos.

Aunque el principal pero que les pongo a ciertas bromas es que se usan para reírse de la inocencia y/o la buena fe de las personas. Y hacer eso, amigo mío, es meter a mi dulce doncella la risa a puta de las de 20 euros el completo.

En resumen: bromas, las justas y con estilo del humor.

-Igual nos estamos pasando. ¿Le decimos ya que es una broma?
-Calla, coño. No seas aguafiestas.

"Música a cuento de..." bromas con Henry Mancini, que le tengo muy abandonado. "Baby Elephant Walk".

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