Ella no era la más guapa de la clase, pero de un día para otro mis ojos decidieron que no podían de dejar de mirarla. Para que no se notara mucho mi debilidad, de cuando en cuando le hacía una mueca a mi amiguete Peral, que estaba sentado detrás de ella en clase.
Con 15 años, más en aquella época, uno no sabía cómo enfocar el tema. Hasta que un día del Marzo profundo la casualidad me echó un cable y supe de rebote que, al terminar la jornada, ella no salía como el resto en estampida a la busqueda del dulce puchero de una mamá. Su madre trabajaba y ella comía en el cole. Era la única de clase que lo hacía.
A mis colegas les conté que mis padres me habían castigado así por una bronca doméstica y a mis padres les dije que la comida del comedor tampoco estaba tan mal. Mis colegas se horrorizaron de lo severo del correctivo y mis padres se preguntaban qué me había hecho cambiar de opinión, después de años y años de amargos lamentos culinarios. En fin, que me reenganché a aquel comedor del que con tanto regocijo y estruendo me había despedido al pasar a no tener clase por las tardes.
Abrigaba la sospecha de que la señora que servía el postre había descubierto mi astuto plan para hacerme el encontradizo, porque me miraba y se reía. En fin, supongo que era su pequeña venganza por aquello tan grosero que había dicho el día del, creía yo, adiós definitivo. Me daba igual. Y también me daba igual que en aquel museo del asco lo que debe estar frío estuviera caliente; lo caliente, frío; lo duro, blando y lo blando, duro. Por no importarme, ni me daba cuenta de que las patatas fritas seguían tan rancias como de costumbre. Si fuera un cursi, diría que estar ahí con ella, riéndonos de las cosas importantes y llorando por tonterías, era demasiado dulce para percibir otro sabor. Pero como no lo soy, simplemente diré que nos lo pasábamos que te cagas.
Y esta es mi historia de amor y comedor escolar. El que piense que no tiene la suficiente dosis de locura amorosa para merecer ser narrada, es que no cató las delicias de pescado que se perpetraban allí. Y, ¿en qué quedó la cosa? Pues, a su gusto. Fue la mujer de mi vida y nos casamos, o se marchó del cole en Junio y jamás volví a saber de ella. Ya le digo, como usted prefiera.
No, todo esto jamás me ocurrió a mí. Así es la vida.
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