Santiaguín era el mejor defensa lateral derecho del mundo cuando no se ponía nervioso. Sin exagerar.
Destacó desde bien pronto, y ya cuando tenía doce añitos se convenció a un señor del equipo de la capital de provincia para que viniera a verlo a un partido de la liga escolar. Desastre.
Presa de los nervios y la ansiedad pura, Santiaguín cuajó el peor partido de su corta carrera. Con decir que hubo que cambiarlo y todo.
Ese fue el primero de muchos fiascos. Espías y ojeadores de todo el país se habían pasado por Gracia del Río para ver al fenómeno en acción, y nada de nada. Daba igual que se mantuviera su presencia en secreto, Santiaguín tenía un olfato especial, un don. Barruntaba que iban a verle.
Hasta que, resignados, todos dejaron por imposible a Santiaguín. Hace años que ya nadie se pasa a ver si hay suerte. Una bendición para la banda derecha del Graciarriero F.C, del todo inexpugnable.
Lástima que el resto del campo sea un coladero de agujeros como balones de fútbol.
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