A Iván, el entrenador del equipo, el once que debía alinear cada domingo le traía quebraderos de cabeza, como a cualquier técnico balompédico. Pero de un modo especial.
-Entonces, ¿no se anima, don Julián?
-¡Si es que el partido es muy temprano!
-Pues hombre, la hora que pone el contrario...Mire, hace como otras veces: en el primer minuto, insulta al árbitro, le echan y se va...Es por empezar a jugar con once jugadores.
Iván entrenaba al equipo de fútbol de un pueblo donde sólo le gustaba jugar a nueve vecinos, incluido él. Los otros dos puestos, hasta completar el once inicial, había que irlos negociando sobre la marcha.
Había partidos en que tenían que rellenar el banquillo con unos maniquíes vestidos de chándal y abrigados hasta las cejas, por aquello de que un banco vacío siempre hace feo. Arbitro y contrarios, o eran muy despistados, o se lo hacía. Aunque, en su descargo, hay que admitir que los muñecos estaban bastante logrados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario