El abuelo de don Julián solucionó su vida en unas pocas horas, allá por 1937.
La suya, la de su hijo, la de su nieto y, quizás, la de los nietos de sus nietos.
Don Julián había heredado los documentos, o, mejor dicho, había heredado los detalles y el control de su paradero.
Los documentos probaban, de modo absolutamente irrefutable, que un héroe era un absoluto traidor, más de lo imaginable, más de lo que mucho corazones fieles y fanáticos podrían soportar, más de lo que historia podría asimilar.
La familia de aquel héroe de papel llevaba desde el 37 pagando silencio, en cómodas mensualidades. No era una cantidad exagerada, que tampoco es bueno abusar, lo justo para vivir con cierta alegría.
Y de eso vivía don Julián, del ingreso anónimo que aparecía -mágico y puntual- en su cuenta corriente el primero de cada mes.
España jamás podría cerrar su historia con condiciones hasta que los documentos salieran a la luz. Pero, mientras, don Julián seguía viviendo como un marqués de su turbia renta.
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