Las normas del pueblo eran así: el último en llegar se tenía que responsabilizar de la alcaldía hasta que otro nuevo vecino lo relevara.
Obviamente, nadie le había comentado ese pequeño detalle a Iván cuando le ofrecieron entrenar al equipo de fútbol local a cambio de casa, comida y una modesta nómina.
Y cuando se enteró, lo terminaron de liar. "¡Esto es un año a lo sumísimo!"
Ya llevaba tres, y sin perspectivas de cambio.
No es que la alcaldia diese mucho trabajo, pero empezaba a estar un poco harto de Matías, la oposición.
Al cascarrabias de Matías siempre le había interesado la política, quizás por eso había abierto un bar cuando en España no se podía votar. Ahora, seguía teniendo el negocio y, como afición, se dedicaba a ir a todos los plenos a chinchar al alcalde de turno. Así llevaba toda la historia democrática.
-¡Mira, Matías, yo soy entrenador de fútbol y no político! ¡Si no te gusta cómo hago las cosas, te cedo el bastón de mando!
-¡No me cambie de tema, señor alcalde, no me cambie de tema!
Y así, todos los viernes.
No es que en Gracia del Río no se votara, como en todos los municipios de España. Por supuesto que se hacía. El resultado de las últimas elecciones había sido: Iván García Alcalá, 3 votos. Matías Percán Lobo, 1 voto.
La única plaza de España en que los candidatos a alcalde se votan entre ellos. Gracia del Río era especial hasta en eso.
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