Dicen las teorías de eso del lenguaje que los eufemismos son palabras que nos permiten hablar de manera más suave o educada sobre aquello de lo que no queremos hablar. (Bueno, no lo dicen exactamente así, pero usted y yo nos entendemos).
La mayoría se refieren a las funciones vitales del ser humano, eso que todos hacemos, haremos o acabaremos haciendo (Me sigue usted siguiendo, ¿verdad?)
Pero más allá de los asuntos de "irse a empolvar la nariz", "estar delicado de salud" o "consumar" cosas, hay otra serie de eufemismos que también permiten evitar palabras ciertamente incómodas.
"Gorda" es la primera que se me viene a la cabeza. Supongo que en tiempos de Rubens no habría ningún problema con el adjetivo en cuestión, pero en esta sociedad nuestra, suya y mía, estas dos sílabas producen sudores y escalofríos. Menos mal que "rellenita", "entrada en carnes" o "gruesa" vienen siempre al rescate.
"Gratificar" es otro ejemplo, porque parece que "pagar" por ciertas cosas esta feo. Sí, aceptar dinero por encontrarse a un pobre perrito perdido y llevárselo a su dueño parece toda una felonía. (Seguramente, porque lo es).
Y no me puedo despedir sin acordarme de esa señora de cuyo nombre no quiero acordarme que, ante la evidencia irrefutable y por escrito de que su hija nos había estado tomando el pelo a su marido, a ella y a mí durante meses, me soltó: "Siempre ha sido un poco embustera".
No, señora mía, su hija es una mentirosa de categoría olímpica.
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