Los alumnos novatos se sorprendían la primera vez, pero, en nada de tiempo, ya ni les hacía gracia. Me refiero al Hermano Amalio subiendo las escaleras, de trio en trio de peldaños, con la respiración entrecortada y el entusiasmo juvenil en los ojos.
"El Energías", así se le conoce en patio, aulas y pasillos. Poco motes más merecidos, porque resultaba absolutamente imposible ver al religioso en cuestión quieto. Pupitre para arriba, exámenes para abajo, siempre ocupado, activo perpetuo.
"¡A ver, jóvenes, que les veo ociosos, vengan conmigo!", era uno de los latiguillos más temidos por el alumnado. Significaba que te iba tocar currar, y hacerlo en serio. Porque "El Energías" exigía tanto del prójimo como de sí mismo, todo en su eterna lucha contra la perdida de tiempo y la pereza.
"Chánchez" se quitó el sudor con el puño de la camisa (¡que menuda se iba a poner su madre!) y lanzó una mirada de odio resentido al infinito, como culpando a un ser impersonal de aquella desgracia en forma de porte de pizarra.
"¡Venga, Sánchez, que ya queda poco! ¡No me sea cobarde!"
Dichoso "Energías"
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