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sábado, 29 de marzo de 2008

A quien madruga, Dios le ayuda. Yo, Dios mío, me conformo con que me ayudes a madrugar.

Ya sé que el castigo divino es ganarse el pan con el sudor de la frente. Pero yo, para ser sinceros, llevo mucho peor lo de madrugar. Ese "sueñus interruptus", ese desconcierto espacio-temporal pasajero, ese darse cuenta de que estás en la cama y son las 7 de laborable...Lo de sudar, al lado de todo este martirio, un paseo.

¿De quién sería la idea de empezar la jornada laboral tan temprano? Seguro que de alguien que no madrugó en su vida. La cosa tenía más justificación en la Edad Media, porque cuando se iba el sol se había ido el día y, además, tampoco había nada interesante en la tele por lo que mereciera la pena trasnochar. Pero con la llegada de la bombilla eléctrica y la televisión más eléctrica todavía, se deberían haber revisado las reglas del juego.

Y a ti, amigo del turno de noche, que lees esto desde tu puesto de trabajo a las 4 de la mañana y que estás harto de vivir una vida de horarios cambiados más propia de un hombre lobo transilvano que de un hombre corriente valenciano, mi apoyo y compresión.

Un despertador para sordos, el típico invento muy evidente pero que no se nos ocurrió (léase, que no nos dio pasta) ni a usted ni a mí. Se coloca debajo de la almohada y vibra a la hora señalada.

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