Si fuera yo un cursi de esos que andan sueltos (desbocados, si me apura), diría que el "piscinazo" es la perfecta metáfora del descaro que destilan la desesperación y la impotencia. Pero, como no lo soy, no lo digo. Me limito a rogarle a tanto presunto deportista casado con el dinero y amante del césped que no tenga tanto morro, porque se lo pisa, tropieza y se cae en el área.
Situación muy distinta es la de aquellos que juegan por amor al arte (o al pelotazo, según facultades). Me parece que sus entrañables caídas premeditabas y alevosas resultan una de las formas más puras de valor y sed de victoria. ¿Ha probado usted a lanzarse -en plancha y sin dudar- sobre un cemento que está duro como el parqué, o sobre un parqué que está duro como el cemento? Le aconsejo que ni lo intente (y a los de tierra regional, mejor ni se acerque).
Limítese a admirar a esos héroes anónimos llamados "El Billy", "El Cachis" o "El Trujo", que un fin de semana tras otro se juegan el tipo en los "balompédromos" de las pequeñas ligas de toda España, sin esperar otra recompensa que un mísero penalty que tirar ellos mismos y la íntima satisfacción de dársela con queso a un árbitro aficionado.
A todos ellos, a sus zapatillas fosforito, a sus cadenitas de plata, y a sus sudorosas pelambreras peladas "a la CR7", mi más sincero homenaje.
"¡¡¡Allá vamos, Génar!!!"
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