Nadie discute que las aulas son campos de batalla. La polémica viene con los detalles.
Para nosotros -los moradores de las tarimas-, los bandos enfrentados son el Saber (con sus aliados la Tolerancia, la Belleza y el Esfuerzo), contra el "Eje In" (Ignorancia-Intolerancia-Indolencia).
Para ellos -las criaturas de los pupitres-, los países en conflicto son la República Popular de Un-aburrimiento-inútil-que-nos-meten-a-la-fuerza contra las Islas Cachondeo Padre.
Y, como en toda guerra, existen héroes dignos de admiración (¡), aunque aquí tampoco está clara su identidad. ¿Es el profesor que busca y rebusca en su manga un truco para que a los alumnos les interese la Química Orgánica? O, por contra, ¿se trata de "El Checo", el más malo de los malos, el revienta-clases, el líder de la Resistencia frente al aburrimiento?
Por tener, tenemos hasta niños buenos y cooperantes, a los que la mayoría de sus compañeros tratan con un desprecio equiparable al que su sufrían los "colaboracionistas" durante la ocupación nazi. Aunque, ahora que lo pienso, a veces se trata del mismo tipo de persona: un sujeto que busca agradar a la autoridad en busca del beneficio propio. Sí, todo el mundo odia a los pelotas, incluso (guárdeme el secreto, por el DVD que más quiera) los profesores.
En fin, que un lío de guerra que no nos deja en paz. Y que, como todas las guerras, deja un reguero de perdedores y derrotados. En este caso, profesores demasiado quemados y niños tan ignorantes, que incluso ignoran que lo son.
Concluyo, que al que consiga que las aulas sean un lugar donde todos los que queremos enseñar podamos, y todos los que pueden aprender, quieran; que le den el Premio Nobel de la Paz de mi parte.
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