Alfonso Batista y David Cossío eran como la Suiza de la clase. Sin meterse con nadie, sin que nadie se metiera con ellos. Ni para bien, ni para mal.
No es que estuvieran totalmente aislados, prestaban lápices de colores, e incluso se atrevían a pedirlos de por favor (menos a Coronel, que era bruto, repetidor y de eructo fácil).
Pero ni Batista ni Cossio estaban jamás en las listas de invitados de las fiestas de cumpleaños. Desde el Burger King a la Discoteca Banzai, toda una escolarización de incógnito social.
Ni a Batista ni a Cossio parece preocuparles demasiado todo esto. Vagabundean los sábados por la tarde entre los mostradores de los centros comerciales, o matan marcianos, a 25 pesetas la masacre, hasta que se acaba el presupuesto.
Son felices, o eso creen, o eso quieren creer.
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