La Empresa Municipal de Transportes de Madrid se pasó 22 días de huelga feroz por aquel ya distante Marzo de 1990. Yo fui su afectado más particular, de hecho, creo que puedo presentar candidatura formal a "damnificado por una huelga más raro de la historia".
La principal fuerza de todo parón laboral es recordar al usuario lo necesario que es un servicio. En mi caso, aquella huelga me sirvió para darme cuenta lo innecesarias que eran en mi vida las líneas 16 o 61 de autobús.
Nunca había probado a hacer el trayecto colegio-casa-colegio andando en vez en de bus. Inercia conservadora, supongo, pero aquella huelga no me dejó más alternativa que el madrugón acentuado y la incertidumbre de si salir 40 minutos antes sería suficiente margen para llegar a pie.
Lo fue. De hecho, lo fue de largo. Al día siguiente, bajé el margen a media hora y, a la postre, terminé saliendo de casa a la hora pre-huelga, puesto que tardaba igual a pie por el camino directo que teniendo que llegar a la parada, esperar al bus y luego hacer el trayecto parada-colegio.
22 días de huelga hicieron costumbre. Nunca más volví a coger el 16 o el 61 para ir al colegio. Cambié la gélida cola con carrera ocasional, el mecánico saludo del conductor con gafabigote y el tufo de los sobacos clavados en mi boca por un agradable paseíto matutino con la brisa sacándome el sueño a pellizcos .
José Abascal con Santa Engracia marcaba, más o menos, la mitad de aquella diaria peregrinación escolar.
"Música a cuento de..." ir al cole. Un trocitín de "El Aprendiz de Brujo" (¿qué otra cosa debería ser, si no, cualquier alumno?) de Dukas.
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