Copiar o no copiar, esa es la cuestión.

Copiar. Concepto básico del mundo escolar.

Es el segundo dato que cualquier alumno novato solicita del veterano en el decisivo momento de hacer la ficha al profe inminente: "¿Es fácil copiar?". El primero, obviamente, es si es sencillo aprobar. Otros triviales detalles, como si se aprende algo de él, vendrán después.

En el fondo, la facilidad con que los alumnos copian en los exámenes de un profesor es un rasgo de la personalidad del docente, desde el chulo histérico que presume de que nadie jamás le hizo trampas y se dedica a mariposear compulsivo y sospechoso por todo el aula, hasta el relajado pasota que se sienta en la sillita y se sumerge en la cálidas aguas del ABC del día.

Pero, ¿está bien copiar en un examen? La verdad, no lo sé. Yo en mis tiempos no lo hacía, pero me temo que era más una cuestión de alta incompetencia pícara (que tengo una cara y unos gestos que escriben con letra de molde) que de altos principios morales.

En cualquier caso, los exámenes siempre me parecieron una demostración de que, de ser necesario, yo podía aprender algo, y no una garantía de que un conocimiento me iba a acompañar para toda la vida.

Resumiendo, que me estudie las dichosas matemáticas para, ahora, ser igual de ignorante que si hubiera copiado. Porque, en el fondo, lo que realmente sabemos, son cosas de las que jamás nadie nos examinó.

Un mismo objetivo, diferentes estilos. Cada cual, según sus capacidades y preferencias.

"Música a cuento de..." copiar. "La Pantera Rosa", de Henry Mancini. Como anillo al dedo.