Toca hacer la compra: estrechas filas multicolorines con sobredosis de iluminación enlatada al son de un hilo musical que completa, lento e inapelable, su enésimo ciclo de grandes éxitos de ayer, hoy y siempre; mientras aromas que por separado serían una exquisita promesa para el paladar, se mezclan para tejer un tufo incomprensible y ligeramente repugnante, sensación agudizada por el incómodo regusto de la salchicha en promoción recién degustaba.
El jubilado, ese cuya dieta se rige por el vaivén de las ofertas, se mete la mano en la bolsillo y pasa revista a los supervivientes de su mísera pensión. La cosa tampoco da hoy para caprichos. Le vienen ganitas de llorar, pero se le pasan cuando resuena la voz rotunda y castiza del pescadero pregonando su último chascarrillo. También rió la cajera torpemente maquillada, más en una edad en que las chicas aún no tienen defectos que pintarse. Continúa con su penosa labor de meter latas de tomate en una bolsa de plástico. Se siente algo culpable, porque ayer dijeron en la tele que son malísimas para el medio ambiente.
Al fondo, el romántico reponedor se concede un segundo de descanso para admirar a su princesa del código de barras y el cambio preciso, pero pronto ha de volver a la dura realidad de los envases de conservas apilados.
Los supermercados, uno de tantos microcosmos de la intrahistoria cotidiana, rutinaria y confortable.
"Música a cuento de..." supermercados. Todo el sabor de los grandes hilos musicales con "Moonlight Serenade" de Glenn Miller. Un gran éxito de ayer, hoy y siempre.
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