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sábado, 14 de julio de 2018

El Archivo (4)

Néstor no tenía por costumbre ponerse nervioso, pero un día es un día, y aquel era muy especial. Habían pasado ya veinte años de su entrevista en la nave industrial y el tipo ese que tan chulo lo había recibido en su despacho de mierda ahora se comería un cubo de vómito con pan si Néstor así se le ordenara. (En lo referente al imbécil que le abrió la puerta, ése seguramente ya ni seguía vivo).

Sí, Nestor había ascendido en la organización. Mucho. Se aflojó el nudo de la corbata, pero se lo volvió a colocar bien de inmediato. Tenía que estar impecable.

-¿Queda mucho para llegar?

El chofer negó con la cabeza.  No era el conductor de cabecera de Néstor. Para ir a aquella entrevista le habían mandado un coche especial.

-Unos cinco minutos, señor -aclaró servil. Este también sabía que Néstor te podía obligar a comer un cubo de mierda si se le ponía en las narices.

Néstor se revolvió nervioso en el asiento de cuero del bueno del pedazo de coche. Iba solo y no le gustaba la sensación. Por costumbre, no se movía sin que tres o cuatro gorilas armados le hicieran compañía, pero a esa cita tenía que ir él solito. Así se lo habían indicado.

-Ya estamos casi, señor.

-Bien.

Le habían citado ellos. Los que todos lo movía. Los hombres sin cara, pero con mucho mano. Iba a conocer la cúspide de la pirámide y sólo podía haber dos motivos: o iba para quedarse o le iban a matar.

Aunque, en el segundo y peor de los casos, que esa gente se tomara la molestia de pasaportarte en persona era todo un honor. Normalmente, ese tipo de asuntos tenían por costumbre delegarlos.

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