Ciertas entrevistas no se pueden delegar.
Néstor tocó la puerta de la nave correcta. Nadie abría pero Néstor sabía perfecmente que no era preciso volver a llamar. Era un juego de nervios demasiado básico como para derrotarle.
Por fin, la puerta metálica se abrió.
-¿Qué quieres, gilipollas?
-Hablar con tu jefe, gilipollas.
-¿Y quién eres tú, gilipollas?
-Lo sabes de sobra, como también sabes de sobra que me está esperando.
Prueba superada.
El matón le hizo un gesto con la cabeza y Néstor se internó tras de él en aquel laberinto de incertidumbre. Había muchos rostros por el camino, pero de esos que miran pero no ven.
-¡Sabes, gilipollas, a lo mejor me toca matarte dentro de un rato!
-El placer es mutuo.
El gorila se detuvo delante de la puerta de un despacho y llamó un par de veces con los nudillos. "¡Dile que pase!", chilló una voz ronca desde dentro.
-Adelante, gilipollas.
-Recuerdos a tu mamá.
La puerta se cerró tras de Néstor. La habitación era más pequeña de lo previsible. Al fondo, un tipo gordo y sudoroso observaba a Néstor al tiempo que se hurgaba la nariz.
-Así que tú eres el listillo del barrio.
-Más o menos.
-¿Y para qué vienes a molestarme?
-Te puedo facilitar la vida.
-No me haces falta. Nadie se atreve a complicármela.
-Te puedo facilitar la vida gratis.
-¿Y eso?
-Me has caído simpático.
-Te escucho.
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