La buena fortuna de Néstor llegó, como tantas veces en esta vida, disfrazada de un golpe de mala suerte.
-Dicen que no pagan, jefe.
Unos tipos habían alquilado un buen puñado de naves industriales en un polígono que Néstor controlaba extraoficialmente, y se negaban a entregarle el porcentaje de cortesía a cambio de no tener problemas.
-¿Y eso?
-No sé.
-¿Sabemos quiénes son?
-Negativo. Nuevos en esta plaza.
-Ya.
No debían de ser unos cualquieras. Habían echado fácilmente a los anteriores inquilinos de las naves, y esos no eran de los que se van sin rechistar. La pasta que sacaba de aquel polígono no era moco de pavo, pero su santo instinto de supervivencia le decía a Néstor que había que ir con mucho cuidado e investigar bien a aquella gente antes de decidir si golpeaba o no.
-¿Qué hago, jefe?
-Nada, que disfruten de sus naves. Al menos, de momento.
-¡Va a dejar de ganar un dinero!
-Ponme con Garrido. Me interesa saber qué le dijeron para que se pirara de su nave tan rápido y tan fácil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario