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miércoles, 13 de junio de 2018

El Archivo (1)

"Es muy largo de explicar, y de todos modos no sé si lo ibas a entender. El caso es que estoy en la despedida de soltero del papa y no voy a ir a casa a cenar".

Ana colgó el teléfono sin inmutarse, bostezó resignada y se fue a dormir. Ya estaba acostumbrada a este tipo de cosas por parte de Néstor.

Néstor era un chico listo, pero no al nivel de los chavales de barrio que le arañan a la vida una moto para llevar los sábados a la chavala más guapa del barrio de turno a una discoteca del centro. Néstor estaba muy por encima de ese nivel. Néstor era listo de veras.

Néstor dejó el colegio tan pronto como la ley se lo permitió, igual que todos los que no necesitan de maestros para aprender. Se buscó un trabajo de camarero en un bar de barrio difícil frecuentado por policías y ladrones (con fronteras muy difusas entre ambos grupos), y todos ellos no tardaran en darse cuenta de que el chaval tenía un talento innato para hacer las cosas bien.

Néstor era el chico listo que sabía a qué poli había que esconderle la cocaína y a qué maleante había que darle el chivatazo de que estaban a punto de detenerle. El juego duró apenas unos años, pero para cuando Néstor se dio cuenta de que había que llegado el momento de pasar a un discreto y seguro segundo plano, ya era todo un doctor en Ciencias del Mal. En efecto, estaba listo y preparado para montar su propio negocio.

¿Qué quieres? Pídeselo a Néstor. Él sabe quién, dónde y por cuánto lo tiene. Al principio, se podía tratar con él en persona, pero no tardó en tener intermediarios a sueldo. Néstor era el rey del barrio, pero con la suficiente inteligencia para saber que aquello era una república de golfos y maleantes. Néstor pisaba fuerte, pero evitando los pies de los peces realmente gordos.

Al menos, de momento.

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