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martes, 5 de junio de 2018

Agua que (ideológicamente) no has de beber... (y 5)

Llevaba ya casi dos horas disfrutando del espectáculo, pero no se aburría. Acomodado en un banco de la plaza, Manolo contemplaba cómo unos y otros llegaban a calmar su sed, pero no si antes asegurarse de que bebían del grifo correcto. Nadie iba a la fuente más cercana, sino a la más correcta. Era un mágico hechizo al que ni los niños parecían ser inmunes. Y si algún chiquitín, a causa de su inocencia, no tenía claro dónde tenía que ir, ahí estaba papá o mamá (o el abuelito) para dejarle las cosas claras. "¡Ésa no, que el  agüita que sale es caca, corazón!" Ya habría tiempo de explicarle las cosas más adelante, de momento bastaba con sembrar la semilla del enfrentamiento. Los pequeños no comprendían muy bien todo aquello (¿No decían en el cole que el agua es siempre agua?), y se limitaban a obedecer sin saber muy bien por qué.

El tío Braulio hizo acto de presencia y, con el paso energéticamente cansino de los jubilados rurales, llegó hasta el banco y se sentó junto a Manolo como mandan los cánones: apoyándose en la garrota y emitiendo un quejido moderadamente lastimero.

-¿Ya tiene usted claro lo de las fuentes, forastero? -interrogó sin alejar la mirada del infinito.

-Cristalino como sus aguas.

-Bien. Ya no hará falta que le vuelva a pegar, pues.

-Ni que yo le pegue a usted.

-Me pillaste a traición, forastero.

-¡Unos cojones! -dijo Manolo levantándose y tomando el camino de las fuentes. Podía sentir en la nuca la mirada del tío Braulio, expectante sobre de qué fuente iba a beber, muerto de curiosidad. Manolo se detuvo justo enfrente de ambas y, tras dejar pasar un interminable minuto, giró con una sonrisa triunfante en la boca para abandonar la plaza con destino a largarse de aquel poblacho para no volver a él jamas.

Así somos los españoles, nos chifla ganar todas las batallas contra nuestros prójimos, por insignificantes que sean.

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