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martes, 8 de mayo de 2018

Agua que (ideológicamente) no has de beber... (1)

Ignoraba quién se había inventado lo de "calor de justicia", pero seguramente la inspiración le había llegado en una tarde como aquella. Se secó y se resecó el sudor con el pañuelo (parecía que después de cien intentos todavía no se había dado cuento de lo inútil que resultaba aquello en tales circunstancias) y levantó la vista de ojos entornados hacía el sol, como para decirle "¡pero qué cabronazo que eres!"

Manolo era turista aficionado y, como tal, le había dado por salir a dar un paseíto a la peor hora, cuando lo lugareños de ese pueblicito tan castellano y tan pintoresco disfrutaban de la sombra y la siesta, dejando las calles totalmente desiertas. Manolo se moría por un trago de agua, pero, por no haber, ni un crío al que preguntarle dónde estaba la fuente más cercana había.

Y entonces apareció a lo lejos un viejo de los de boina y garrota, como siempre ocurre en los pueblecitos de la Meseta. 

-¡Oiga, buen hombre! Perdone usted. ¿Me sabría indicar dónde hay una fuente?

Fue inútil. Por mucho que gritara, el viejecito castellano medio está tan sordo, que no oye nada de nada a más de dos metros de distancia.

Manolo se acercó apresurado y repitió la pregunta. El octogenario -puede que  incluso más- levantó la ceja, observó al visitante e, ignorando la pregunta, se limitó a contraatacar.

-Usted no es de aquí.

-No, no, estoy de visita.

-Ya se ve, ya.

-¿Sabría usted dónde queda una fuente?

-¿Y qué hace usted por la calle a estas horas?

-Dando un paseo.

-¿Con el calor?

-Sí, mucho calor. ¡Por eso me vendría muy bien una fuentecita! ¿Sabe dónde hay una cerca?

-Cerca una no hay.

-¡No fastidie!

-Una, no. Dos hay bien cerca.

-¿Me podría indicar, por favor, el camino?

-¿A cuál?

-Cualquiera de las dos me vale.

El vejete se puso muy serio, y con una sonrisa socarrona, negó con la cabeza, acompañándose de ese ruidito de negación tan de los españoles.

-Cualquiera, no.

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