"Ahora, que no
mira el camarero...", dijo él, sin terminar de comprender el
sentido de tanto misterio para tirar al suelo de bar de barrio una
pizca de porquería.
Ella sacó discretamente un tubito de plástico de su bolso y rápidamente vertió las cenizas que contenía en el suelo, junto a las servilletas usadas y los huesos de aceituna. Hecha la discreta ceremonia, la pareja pagó sus cañas y salió sin despedirse del establecimiento.
-Él lo habría querido así, era su bar favorito.
-Además, con lo guarros que son, seguro que las cenizas de los poemas pasarán años en ese suelo. Yo creo que incluso es probable que se hayan quedado pegadas a la roña para siempre.
Ella no celebró la gracieta con la sonrisa de cortesía de rigor. El asunto que llevaba dos días dándole vueltas por la cabeza seguía negándose a salir. Hizo la misma pregunta por enésima vez, y él le volvió a contestar la misma verdad.
-¿Seguro que no les hiciste una foto, cariño?
-Que no, que no...¡Si hasta te he dejado que me revises el móvil y todo!
-Ya...¿Y no las tendrás en una tarjeta para darme una sorpresa?
-¡Que nooo!Hazte a la idea de que esos poemas se han quedado entra la mierda de ese bar para siempre.
-Ya...¡Qué rabia y qué pena, joder! ¡Qué puta manía la mía de ser una gilipollas sentimental!
El tanatopractor reforzó su abrazo y le pegó un buen besazo en la mejilla. No podía hacer otra cosa.
Ella sacó discretamente un tubito de plástico de su bolso y rápidamente vertió las cenizas que contenía en el suelo, junto a las servilletas usadas y los huesos de aceituna. Hecha la discreta ceremonia, la pareja pagó sus cañas y salió sin despedirse del establecimiento.
-Él lo habría querido así, era su bar favorito.
-Además, con lo guarros que son, seguro que las cenizas de los poemas pasarán años en ese suelo. Yo creo que incluso es probable que se hayan quedado pegadas a la roña para siempre.
Ella no celebró la gracieta con la sonrisa de cortesía de rigor. El asunto que llevaba dos días dándole vueltas por la cabeza seguía negándose a salir. Hizo la misma pregunta por enésima vez, y él le volvió a contestar la misma verdad.
-¿Seguro que no les hiciste una foto, cariño?
-Que no, que no...¡Si hasta te he dejado que me revises el móvil y todo!
-Ya...¿Y no las tendrás en una tarjeta para darme una sorpresa?
-¡Que nooo!Hazte a la idea de que esos poemas se han quedado entra la mierda de ese bar para siempre.
-Ya...¡Qué rabia y qué pena, joder! ¡Qué puta manía la mía de ser una gilipollas sentimental!
El tanatopractor reforzó su abrazo y le pegó un buen besazo en la mejilla. No podía hacer otra cosa.
A un par de
kilómetros de allí, "Ferco" Díaz extraía el pincho con
los archivos que acababa de escanear y cerraba el ordenador. Cierto
que el cambiazo que había pegado a última hora había estado muy
feo -de hecho, era una traición a un amigo en toda regla-, pero,
después de todo, el poeta siempre se había confesado más trilero
que cantante. "Sí," -pensó "Ferco" dándole un
beso al pen-drive- "en el fondo él lo habría querido así".
Salió sonriente por el portal: hacía sol y se iba a sacar una buena
pasta con aquel asunto. Miró de reojo la hora en su teléfono móvil.
13:21. El momento ideal para tomar el aperitivo.
Exactamente cuatro
minutos después, un mensaje llegaba al buzón de correo electrónico
de los millones de abonados a la lista oficial de distribución del
poeta. Un mensaje programado por él en persona para que se enviara
precisamente en ese momento. Lo había hecho desde su teléfono
móvil, en el hospital. "Hasta siempre, les dejo un regalito de
despedida", rezaba el asunto. Ahí estaban todos y cada uno de
aquellos poemas. "Que les vaya bien, amigos míos, y un abrazo
muy fuerte y muy para siempre. Y a ti, 'Ferco' -pedazo de mamón
pesetero-, sé que te he jodido el negocio. Ya sabes que te debía
una y, por una vez en mi vida, no me quería ir sin pagar".
Se confirmaba que lo
del traje había la penúltima broma del juglar. El autoproclamado
tahúr de los besos y los copazos había vuelto a ganar, incluso
jugando desde el otro mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario