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domingo, 13 de mayo de 2018

Agua que (ideológicamente) no has de beber... (2)

Estaban a no más de cien metros, pero había que doblar un par de esquinas (por eso no las había visto). Ahí relucían al sol: las ansiadas fuentes de agua fresca y cristalina, una enfrente de la otra, a no más de cinco metros de distancia entre sí. Como el célebre burro de la historia (o como un niño la mañana de Reyes), Manolo no sabía por cuál decidirse, hasta que la tremenda sed que tenía le gritó al oído que cualquiera de las dos le valía. No había dado ni dos pasos hacia la de la izquierda cuando el viejo le enganchó la pierna con la empuñadura de su garrota.

-¡Ya veo que no es usted de los míos!

-¿Cómo de los suyos?

-¡Que se va usted de cabeza a por la fuente de los otros!

-¡Me voy de cabeza a una fuente cualquiera! ¡Me muero de sed!

El vejete volvió a negar con la cabeza, con lo ojos cerrados y el desagradable ruidito de boca.

-No se entera usted de na'.

-¿Me deja usted beber agua, por favor?

-Pero, a ver, ¿usted de qué lado se significa?

La paciencia de Manolo salió con la puerta, con la consecuencia inmediata y natural de que la educación saltó por la ventana. Se libró bruscamente del yugo de la garrota y se encaminó decidido por el agua prometida. Esfuerzo en balde, el abuelete salió en su persecución -con ese paso tan cómico que tienen los viejos de pueblo cuando quieren ir deprisa- y, sin mediar palabra, le recetó un garrotazo en toda la rodilla. Derrotado por el golpe y la sorpresa, Manolo cayó al suelo y dio comienzo a un lastimero recital de insultos de odio y gemidos de dolor.

El viejo, apoyado impasible en su garrota, se limitó a negar con la cabeza y decir:

.¡Que no se quiere usted enterar, cojones!

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