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lunes, 9 de abril de 2018

Un Testamento en la Servilleta de Papel de un Bar (3).

La discreción es la primera regla de oro del arte y oficio de la tanatopraxia: ver, maquillar y callar. Pero toda regla debería tener sus excepciones, y aquello se merecía una.

-¿Le ha metido unas servilletas de bar en el bolsillo de dentro de la chaqueta?

"Ferco" Díaz se giró con una sonrisa en la boca.

-Cuando te ha picado la curiosidad no te estorbo tanto, ¿eh?

Al tanatopractor se le pusieron los mofletes más rojos que a cualquiera de sus clientes.

-Perdón, yo no suelo ser tan cotilla...

-¡Tranquilo, coño! Pues mira, en las servilletas van unos poemillas que escribió en sus últimos días. Me pidió arder con ellos. Esa fue su última voluntad. Creo que por eso escogió este traje. Parece ser que es un tejido que es inflamable de cojones. Aunque, con la cantidad de alcohol que debe de tener en el cuerpo, iba a arder de puta madre de todos modos. El chiste es muy típico, pero comprende que tenía que hacerlo.

El tanatopractor asintió. Él también había soltado la misma gracia en presencia de su pareja, incluso a sabiendas de que le iba a costar pernoctar en el sofá.

-Seguro que a mi novia le van a encantar esos poemas. En cuanto los publiquen, ya estoy en la cola para comprar el libro.

-Eso es lo gracioso, amiguete. No hay copia. Arden con él para siempre.

-¿Cómo que no hay copia?

-Voluntad del señor poeta. Desaparecen para siempre con él.

El tanatopractor se quedó con la boca abierta, bloqueado. Sinceramente, había dado por sentado que toda la maquinaria que se había hecho de oro a costa del poeta no desaprovecharía la lucrativa oportunidad de sacar una edición definitiva de sus obras. En otras palabras, obligar a su legión de incondicionales a pagar una pasta por un libro que era casi una copia de otro anterior, con sólo un puñado de poemas como única novedad.

Tan impresionado estaba el tanatopractor, que no se percató de que "Ferco" Díaz se había marchado.

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