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domingo, 15 de abril de 2018

Un Testamento en la Servilleta de Papel de un Bar (4).

Aquello que había hecho estaba muy, muy feo. De hecho, si le hubieran pillado, le podría haber costado hasta el trabajo. Para ahora, eso ya era imposible. El Trovador de los Castillos de Naipes Marcados (por cierto, para el del gusto tanatopractor, su peor disco de lejos) ya no era más que un puñado de cenizas. Algún gracioso había dicho que, en lugar de dentro de una urna, le tenían que haber puesto en un cenicero. Otro chiste tonto y muy previsible.

Acarició las servilletas en sus manos. Le sudaban de los nerviosos y la emoción. ¡A ver si al final las va a estropear! Había sentido la tentación de leer lo que ahí había escrito, pero había decidido que su chica fuera la primera en hacerlo. ¡Si hasta iba a resultar que era un sentimental y todo!

Las guardó cuidadosamente en un bolsillo de su abrigo. Era lo mejor. ¿Por qué no se había limitado a hacer una foto de los poemas? Seguramente, porque pensaba que aquello no sería lo mismo, que a su chica le haría ilusión tener los originales, de su puño y letra. Aunque, conociéndola, seguro que los donaba a algún museo o algo.

Pero, por otro lado, la voluntad del poeta era que murieran con él. ¿Qué derecho tenía ella, o él, o los dos, a hacer eso? Entonces, se acordó del tío aquel del que le habló don Amadeo -el de Latín-, del romano, se llamaba Virginio, o Virgilio o algo así. El que había pedido que destruyeran un libro muy importante (¿cómo se llamaba? Era parecido a La Iliada) a su muerte y no le habían hecho caso. Sí, había precedentes. Lo sabía. ¡Para que luego digan que ir al cole no vale para nada!

Todavía quedaban un par de paradas de Metro. Miro nervioso a su alrededor. ¿Cuántas de aquellas personas se podrían imaginar la maravilla literaria que atesoraba en el bolsillo interior de su abrigo de mercadillo? ¿Cuántas desearían ardientemente que compartiera en voz alta los maravillosos versos con ellos? Ninguna, seguramente. A esas horas, en un vagón del suburbano nadie tiene ni tiempo, ni ánimo ni mente para la Literatura.

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