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domingo, 25 de marzo de 2018

Un Testamento en la Servilleta de Papel de un Bar (1).

-Tengo pésimas y buenas noticias -dijo él con el tintineo de las llaves de casa al caer en el plato de fondo.

-Unas ya las conozco; las otras, me las figuro -respondió ella con los ojos llorosos.

-Lo siento mucho, cariño -le consoló él con un besito en la mejilla de guarnición.

-Lo sé...¿Ya le han llevado?

-Mañana a primera hora.

-¡Déjale bien guapo, ¿vale?! -sollozó ella.

-Descuida. Haré lo que pueda.

-¡Aunque era feo de cojones!

Para intentar conjurar esas lágrimas ya hacia falta un abrazo.

-¡Voy a echar tanto de menos sus conciertos!

-Yo, en cambio, no le guardo rencor por ellos.

(Obviamente, su primera cita -y la séptima, y la décima, y la...- habían sido allí).

-¿Quieres cenar? Hay pizza fría en la nevera.

-¡Salgamos, a ver si así te animas un poco!

-No, en noches como ésta, es obligatorio cenar fría pizza de la nevera.

-Sí, tienes razón.

-Tú te puedes calentar la tuya en el micro, que no eras tan fan como yo.

El poeta urbano de la voz rasgada, el portavoz de dos generaciones (puede que de tres), el juglar de las tascas y los burdeles se había marchado para siempre de este mundo, y su legión de seguidores lloraba por él.

Pero ella tenía la ventaja de que su chico era el tanatopractor que iba a adecentar al cantante para el velatorio.

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