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sábado, 3 de marzo de 2018

El Hombre que le Empató a la Muerte (5).

De nuevo las nueve, de nuevo el hombre de negro y caro.

-Vengo a por los restos del señor Fierro.

-Sí, le esperaba, aquí están...Esto va a un columbario, ¿verdad?

-Exacto. F5-12A -recitó el hombre de negro y caro de memoria.

El empleado tuvo que revisar el formulario.

-Cooorrecto -dijo alargando la o más de lo razonable, como tan a menudo hacen algunos -. ¿Se espera a mucha gente más para la ceremonia?

-A nadie. Vámonos.

-¿Cómo a nadie? ¿El hombre este no tenía...no sé...a un primo, a un amigo de la oficina?

-Vámonos.

El empleado se encogió de brazos y se puso en marcha. El trayecto era relativamente corto, aunque la lluvia le añadió un puñado de metros.

-Ésta es.

-Muy bien, proceda.

-¿No desea despedirse...o algo?

-No, proceda a sellarlo.

-Claro, claro, como desee.

En ese preciso instante un ser canijo y huesudo surgió de las cloacas de ninguna parte y asaltó al hombre de negro y caro con una tarjeta de visita en la mano.

-Perdone, señor, buenos días. Familiar del finado, supongo. Le acompaño en el sentimiento. Permítame que me presente, soy Ladislao Gómez, artista marmolista de Marmolismos Ladisgo y, en cuanto me dé usted su visto bueno, le tallo el nombre de su ser querido a un precio más que razonable.

El hombre de negro y caro le ignoró completamente. El empleado del cementerio, en cambio, le recriminó de mirada y palabra.

-¡Ladislao, cojones, que te he dicho que dejes a la gente en paz! ¡Pon las tarjetas en recepción y que ellos decidan!

El hombre de negro y caro pensó que, evidentemente, había llegado el momento de que el empleado y Ladisgo renegociarán los porcentajes de comisión que caían por cada trabajito.

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