El capellán entró en escena. Traía un no disimulado aire de funcionario de la fe, parecía que era el único que no estaba al tanto de la importancia y los antecedentes del asunto.
-¿Es usted el hijo del difunto?
-Representante legal.
-Ah...¿Va a tardar mucho el cortejo de duelo? Es que tenemos una mañana un poco apretada...
-No hay resto del cortejo de duelo, padre -disparó el hombre
de negro y caro.
-¿Nadie más? Pero este pobre hombre tendría familia, amigos... -preguntó el sacerdote, preocupado e intrigado a partes iguales.
-Me temo que no. Puede comenzar con el responso antes de la cremación. Algo sencillo, por favor.
-Muy bien.
El capellán se situó junto al feretro y -rutinario en el fervor- empezó a recitar la oración.
(-Como se entere el Papá del pasotismo del cura, lo excomulga) -susurró un empleado a otro. Éste apenas pudo contener la carcajada.
-Amén -zanjó el capellán al tiempo que empezaba a cerrar la cortinilla que ocultaría el breve trayecto del ataúd al horno.
-Amén -contestaron todos los presentes con firmeza. La voz del hombre de negro y caro sobresalió. Él era todo un profesional hasta para eso.
Era costumbre del capellán acercarse en ese momento tan triste a las familiares más cercanos para ofrecerles sus palabras de consuelo (siempre las mismas) antes de despedirse, pero, dadas las circunstancias, dudó un instante e hizo mutis por el foro sin decir ni pío.
-Bueno, pues esto ya está -indicó el responsable de la funeraria.
-¿Cuándo puedo pasar a recoger las cenizas? -interrogó el hombre de negro y caro.
-Mañana a las nueve. Aquí mismo, si a usted le parece bien.
-Perfecto. Aquí estaré.
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