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lunes, 26 de febrero de 2018

El Hombre que le Empató a la Muerte (4).

El capellán entró en escena. Traía un no disimulado aire de funcionario de la fe, parecía que era el único que no estaba al tanto de la importancia y los antecedentes del asunto.

-¿Es usted el hijo del difunto?

-Representante legal.

-Ah...¿Va a tardar mucho el cortejo de duelo? Es que tenemos una mañana un poco apretada...

-No hay resto del cortejo de duelo, padre -disparó el hombre de negro y caro.

-¿Nadie más? Pero este pobre hombre tendría familia, amigos... -preguntó el sacerdote, preocupado e intrigado a partes iguales.

-Me temo que no. Puede comenzar con el responso antes de la cremación. Algo sencillo, por favor.

-Muy bien.

El capellán se situó junto al feretro y -rutinario en el fervor- empezó a recitar la oración.

(-Como se entere el Papá del pasotismo del cura, lo excomulga) -susurró un empleado a otro. Éste apenas pudo contener la carcajada.

-Amén -zanjó el capellán al tiempo que empezaba a cerrar la cortinilla que ocultaría el breve trayecto del ataúd al horno.

-Amén -contestaron todos los presentes con firmeza. La voz del hombre de negro y caro sobresalió. Él era todo un profesional hasta para eso.

Era costumbre del capellán acercarse en ese momento tan triste a las familiares más cercanos para ofrecerles sus palabras de consuelo (siempre las mismas) antes de despedirse, pero, dadas las circunstancias, dudó un instante e hizo mutis por el foro sin decir ni pío.

-Bueno, pues esto ya está -indicó el responsable de la funeraria.

-¿Cuándo puedo pasar a recoger las cenizas? -interrogó el hombre de negro y caro.

-Mañana a las nueve. Aquí mismo, si a usted le parece bien.

-Perfecto. Aquí estaré.

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