-Johanna, la jefa. Su despacho. Ya.
Bonita manera de empezar la semana. ¿Qué querría? ¿Es que acaso no se fiaba de ella? Todavía quedaban 48 horas para entregar el dichoso libro (¿se había referido a "Carne de Libertad" como "dichoso libro" ¡¿Ella?!) ¿A qué tanta prisa? Estaría listo dentro del plazo, sólo quedaba la entrevista con el comisario Kewabó, y la iba a mantener esa misma tarde. Daría para un par de hojas, y luego habría que meterla en el libro. Pan comido. Sin duda, el trabajo se iba a entregar en plazo sin problema alguno (había pronunciado esa frase de estudiante miles de veces y rara vez lo había podido cumplir pero aquellos eran otros tiempos).
-Buenos días, jefa.
-Siéntate.
(¿Ni los buenos días? ¿De qué iba todo aquello? ¿Y esa cara?)
-A la orden.
-Mira, voy a ser muy clara contigo. Me he enterado de que has hablado con ese hijo de mil perras sarnosas de Kewabó y te prohibo terminantemente que lo vuelvas a hacer, ¿comprendido? Adiós.
(¿Cómo se había enterado? ¿A qué venía ese tono tan grosero? ¿Por qué, por qué, por qué?)
-Pero yo pensaba que...
-¡Que no pienses, coño! Y ahora, fuera de mi despacho, escribe el libro como se te mandó que lo hicieras y deja de jugar a las intrépidas e incisivas periodistas de investigación.
-Pero...
-¡Por tu propio bien y por el mío. obedece! Llama a ese fulano y dile que se cancela la cita porque has cambiado de opinión.
(¿Asustada? ¿Le había parecido que la mismísima Kata Alwa estaba asustada?)
-Claro, claro, como tú mandes.
-Gracias, que pases un buen día.
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