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sábado, 8 de abril de 2017

La última bala del Pistolero (4).

No cabía un alma en la sala de prensa (ni en los bares, ni en los salones de las casas...) El país y la nación del fútbol en general estaban totalmente consternados.

Arturo Brocco entró serio, colocó el micrófono más serio, carraspeó todavía más serio, bebió un traguito de agua incluso más serio todavía y se dispuso a leer el comunicado más serio de su vida.

"...como pueden ustedes comprender, la ética profesional y la dignidad humana me impiden prestarme a ser el pasayo de un infame circo de la ignominia al deporte". En otras palabras, y como le había dicho a Mister Ding, "conmigo no cuente para eso, me voy". El propietario se limitó a asentir y recordarle que, al dejar él libremente el puesto, no tenía derecho a indemnización por despido.

"No habrá turno de preguntas. Gracias y adiós". Así cerró Brocco su rueda de prensa y su etapa en aquel equipo.

Pero la de aquel día era una tragicomedia en dos actos. El segundo se produjo a la salida del entrenamiento, dirigido de modo provisional por un empleado del club ante la fulminante salida de Brocco. Aquello sí que era la guerra, una guerra con múltiples frentes: cada periodista y cada cámara contra todos sus colegas y contra los empleados de seguridad del club.

En el ojo de aquel huracán, el auto deportivo de su propiedad que trasladaba al Pistolero a su domicilio. Avanzaba lento, muy lentinto, a ritmo de bocinazos entre la multitud enloquecida y los fogonazos de los flashes. Tras el cristal de la luna del coche y los cristales de las gafas de sol, se adivinaba el rostro satisfecho del Pistolero.

Cuatro líneas en su red social de cabecera habían bastado para desencadenar la locura:

"Jugaré el gran partido, confirmado.Va a ser mi partido de despedida como futbolista, pero puede que yo no sea el único que diga adiós. Me da igual que me sancionen con mil partidos, porque no podré cumplir ni uno. Me da igual que mi equipo se quede con diez, porque ahí va a estar el germen de nuestra victoria".

El Pistolero no soltó una palabra a la salida de aquel entrenamiento. Ya lo había dicho todo. 

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