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sábado, 3 de diciembre de 2016

Las cuatro estaciones de don Epifanio García (7).

Ahí estaba don Epifanio. Con los ojos totalmente secos, la voz absolutamente calmada, pero, Ella sospechaba, el corazón llorando a chorros y el alma inesperadamente abierta de par en par.

-Y eso es todo. Es la primera vez en mi vida que le cuento esto a alguien. Debe de tener usted algo especial después de todo, señorita.

-¿Nada nuevo desde entonces?

-No.

-Pero hace muchas décadas de aquello. En todo este tiempo, ¿ningún sentimiento de atracción hacia una persona, ninguna sensación de que alguien podría ser especial...?

-Ya le he dicho que no. El amor crece en los corazones ilusionados, y el mismo explotó, como revienta un tomate podrido al que se le mete un petardo dentro.

-Curiosa metáfora.

-Ya ve, soy un poeta, aunque no de los que conocen la fórmula mágica que transforma los versos en amor.

Don Epifanio se acababa de volver a ceñir su armadura.

-Entiendo por lo que has pasado.

-No, no tiene ni pajolera idea.

Don Epifania se equivocaba. Aquella psicóloga sabía de sobra cómo eran aquel tipo de situaciones, esas relaciones desequilibras y peligrosas de amistad ambigua en las que una de las dos partes acaba cayéndose en la mierda sin más cura que la rendición, el tiempo y la resignación. ¿Quién lo iba a decir? ¡Don Epifania García había sido en tiempos un Javito Pocito cualquiera! ¿Iba a terminar su buen amigo también así? Deseaba de todo corazón que no. Como en aquellos lejanos años, Ella no pudo evitar sentirse de nuevo culpable de algo que no era culpa suya.

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