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martes, 1 de noviembre de 2016

Las cuatro estaciones de don Epifanio García (2).

Los médicos guardan silencio, salvo cuando algo les hace hablar, y todas las lenguas tienen su precio.

-Mala suerte, amigo. Le he explicado cuál es le situación con todo detalle y el tío no quiere ni oír hablar de lo de operarse.

Al otro lado del hilo telefónico, Javier Pocito torció el morro como gesto de contrariedad.

-¿Pero usted ha insistido?

-Con tíos como García da igual insistir. Así son, y así se morirán, bien pronto en este caso. Además, la operación solo aplazaría unos meses lo inevitable. Incluso puede que no saliera de ella.

No era ningún secreto. Epifanio García, soltero, sin hijos, sin familia, sin más seres queridos que él mismo, había declarado que iba a legar todo su dinero -en tiempos incontable y ahora casi- para investigar contra la enfermedad concreta que lo matara. Y, por lo que parecía, la suerte estaba echada.

Javier Pocito era el hombre al que el Instituto Nacional de Investigaciones Cardiológicas había puesto a seguir el caso. Otras dolencias también tenían al suyo, por supuesto. Todas compitiendo para hacer la vida de don Epifanio García lo más nociva a su favor posible. Todas desviando dinero destinado al trabajo de laboratorio para financiar tan feo asunto. El mundo de las inversiones es así: para sacarse una buena cantidad en limpio hay que ensuciarse un poquito.

-Exacto, doctor. Puede que su corazón no resistiera. ¿No podría usted....?

-Creo que ya le dejé bien claro que le iba a vender información, y nada más.

-¡Por favor, doctor, no se me haga el digno ni el ético, que se está sacando un buen pellizquito entre lo que yo, y otros como yo, le estamos soltando!

-Creo que es mejor que demos esta conversación por finalizada.

-Estoy plenamente de acuerdo.

No cabía duda, había llegado el momento de jugarse el todo por el todo. La salud cardiaca de García no estaba demasiado mal, para un hombre de su edad, pero con esos años tampoco era gran cosa. Parecía claro que su única oportunidad pasaba por convencerlo para operarse y que, con un poco de suerte, su corazón se quedara en el sitio. ¿Pero cómo haces que a un tío al que ni siquiera conoces cambie su firme opinión en un asunto de tan enorme trascendencia?

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