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viernes, 24 de junio de 2016

Algo huele a podrido en (el estado de) mi cole (29).

Las paredes de los colegios tienen los oídos más finos y cotillas del universo. No importa dónde te escondas, siempre habrá alguien escuchando. La Calculadora no era ninguna novata, y no debería haberse creído que podría engañar a esta ley, tan exacta como las que reinaban en sus libros de matemáticas. Ciertamente, la conversación que tenía que mantener con aquel tío era tan vital como poco agradable.
-¡Mira, pedazo de inútil, por tu culpa la he pringado y me puedo meter en un lío con la dirección, así que vamos a tener que colaborar para que ese jodido cuaderno aparezca de una puta vez!
Pústula reprimió una carcajada, no sabía si se la habían causado los nervios o la tremenda impresión de escuchar a toda una profesora soltar dos tacos tan gordos y tan seguidos.
-¿Y qué quieres que haga? ¡He preguntado mil veces en clase, les he dicho que no le iba a pasar nada al culpable si la devolvía, les he amenazado con los peores castigos si no aparecía, y les dio exactamente igual!
-¡El problema es que eres un pringado de primera división, y como me descuide, me vas a arrastrar contigo a la puta cola del paro!
Otra carcajada ahogada de Pústula.
-¡Pero dime qué puedo hacer!
-Tú, nada, tarado. Tendré que tomar cartas en el asunto. Aunque, por supuesto, la pasta la vas a poner tú.
-Pasta, ¿qué pasta?
-¡Anda, lárgate a tomarte un café, ya te diré cuánto es en su momento!
El Big Ben, apocado según su costumbre, se giró con total docilidad y enfiló el pasillo. Mientras, la Calculadora, creyéndose totalmente sola, decidió aprovechar la visita a aquel servició.
-¿Qué ha sido eso? -susurró Pústula a su amiga.
-A mí me ha sonado a pedo brutal.
-A mí también.
Un matemático suspiro de alivio confirmó la sospecha. Nueva carcajada en voz bajita, esta vez por parte de las dos niñas.

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