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lunes, 20 de junio de 2016

Algo huele a podrido en (el estado de) mi cole (28).

-Pasa tú primero, tía.
-¿Seguro?
-Que sí, que se te veía con prisa.
-Vale. Yo vigilo.
-Vale.
Ya quedó dicho que siempre se quedaba una de centinela, pero -también se mencionó- por aquella parte del edificio pasaba poca gente, y menos a esas horas, pues los almacenes era territorio de los encargados de mantenimiento y material, y de las señoras de la limpieza. En resumen, que aquella guardia nunca se había topado con el enemigo (o sea, que por allí nunca había parado nadie mientras estaban ellas en el baño). Por eso, cuando se escucharon voces subiendo por la escalera, voces que se volvían cada vez más intensas, la pobre Pústula -carente de plan o experiencia- no supo cómo reaccionar. Se limitó a seguir su instinto, y el condenado le ordenó que se metiera para dentro a preguntarte a Eva qué hacer.
-¡Tía, que viene alguien!
-¿Quién?
-¡Alguien, no sé!
-¿Qué alguien?
-¡Alguien!
-¡Tranquilízate, que me voy a asomar!
La puerta medio abierta se tragó la cabeza de Eva, pero sólo durante medio segundo, que es lo que tardó en ser regurgitada, plena de pánico.
-¡El Big Ben con la Calculadora! ¡Y vienen para acá!
-¡Ostras!, ¿y te han visto?
-No, todavía no han doblado la esquina. Los he reconocido por las voces.
-¿Qué hacemos?
-Ya deben de estar en el pasillo. Si salimos, nos ven y nos quedamos sin baño privado para siempre. Por no hablar de un pedazo de castigo que nos íbamos a cagar más que aquí.
-¿Entonces?
Entonces estaba la gran cesta con ruedas, la de las toallas sucias y similares, que no debería de haber estado allí. Pero las señoras de la limpieza, ya se sabe, que les resultaba más cómodo dejarla allá que en el almacén. De un gran salto, Eva y Pústula le pidieron asilo político a la ropa sucia. Ahora sólo quedaba esperar y rezar para que no las pillaran.

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