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domingo, 19 de junio de 2016

Algo huele a podrido en (el estado de) mi cole (27).

También con sus propios medios seguía Eva Colmo a la búsqueda del dichoso workbook, aunque ella -que no se tenía por una persona de las que no rinden- se sentía cada vez más desanimada.
-Tía, yo creo que lo mejor es dejarlo. Si echan al Big Ben, pues ya le saldrá otra cosa. Quizás sea lo mejor para él, que me parece a mí que lo de dar clase no es lo suyo -le indicó su siempre fiel en el acto y el consejo Pústula.
-Ya, tía. No sé. Lo mismo tienes razón.
-Acompáñame al baño.
-¿Y eso?
-No sé. Algo que he desayunado, o el maldito examen de matemáticas que tenemos ahora después del recreo, o seguramente las dos cosas.
-Ya, yo estoy un poco igual.
-¡Maldita bollería industrial!
-¡Y malditas integrales!
-¡Menos mal que tenemos nuestro bañito privado!
Efectivamente, Eva Colmo y su fiel Pústula disponían de su propio cuarto de aseo particular en aquel colegio. La cosa se remontaba a dos cursos antes, cuando Anita Díaz había dejado de comer y hacer las digestiones como debía, presa de ese virus maldito que ataca la cabeza de los adolescentes, y no podía ir al cuarto de baño sola. Eran precisos una alumna de confianza que la supervisara en tales menesteres (¿y quién mejor que la tan de fiar Eva Colmo?) y un aseo discreto, lejos de las molestias y el cotilleo de los alumnos. Se recurrió entonces al baño de profesores del último piso, situado al fondo del pasillo y bien poco usado, pues allí había un almacén en vez de aulas, y era mucho más práctico recurrir al que había pared con pared con la sala de profesores. Para hacer uso del servicio en cuestión de un modo ágil, a Eva se le entregó llave de la puerta. Por fortuna, Anita Díaz superó lo suyo -más o menos-, pero se olvidaron de reclamarle a Eva que devolviera la llave. Desde ese día, tanto Eva como Pústula hacían uso privado y secreto de ese cuarto de baño tan poco transitado, sin que jamás las hubieran sorprendido (principalmente, porque uno u otra había guardia a la puerta).

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