11.El
Profeta se entierra.
-Supongo que ya sabes para qué te he llamado, Ismael.
Ponce se encogió de brazos. El Profeta era la única persona en
aquel colegio que le llamaba por su nombre de pila. O, mejor dicho,
que tenía su permiso para hacerlo. Hubo un tiempo ya muy lejano en que
el arrogante Ponce fue un niño asustado que respondía al nombre
bordado en su babi de Ismael Ponce. Entonces, cuando el tigre de
patio era un simple cachorro de parvulario, el Profeta había sido un
cayado donde apoyarse. Los años habían pasado, pero aquel
sentimiento de respeto hacia el Profeta (de hecho, era cariño,
aunque Ponce no quisiera reconocerlo) había permanecido. El
Profeta era el único adulto en todo aquel colegio que podían
obtener algo de Ponce sin recurrir a la intimidación, e incluso casi gratis.
-Ni idea, padre -Ponce llamaba así al Profeta. Hecho más que
destacable, dado que eso Ponce no lo hacía ni con su propio padre
-literalmente-.
-El cuadernillo de inglés de ese niño. Seguro que tus amigos y tú
sabéis algo.
-Me temo que no, padre.
-No me mientas, Ismael.
Ismael se limitó a levantar mirada. El Profeta recordó que para
Ismael era absolutamente imposible no decirle la verdad, toda la
verdad y nada más que la verdad.
-¿Y ahora qué hacemos, hijo? Tengo mucho interés en que aparezca
ese cochino cuadernillo.
-Ni idea, Padre. De ese workbook no se va a volver a saber jamás. ¡A
saber qué habrá hecho ese pringado con él!
-Ya.
-Bueno, padre, pero el castigo se me levantará de todos modos, ¿no?
-Sí, claro. Sabes que nunca te fallaría. Esta misma tarde hablo con
el Padre Director.
Sin duda, Ponce sentía un gran cariño y reverencia por el Profeta,
pero no era un producto que se vendiera gratis. Cada vez que el
Profeta recurría a Ponce, éste esperaba algo a cambio.
Que, como ya quedó dicho, Ponce al Profeta le vendía las cosas muy baratas, pero no
gratis.
El Profeta pensó en el pobre Big Ben y suspiró resignado. Aquel
chaval le caía bien simpático, ¡lástima que se fuera a quedar en
el paro tan pronto!
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