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martes, 31 de mayo de 2016

Algo huele a podrido en (el estado de) mi cole (23).

12.El tiro de cámara por la culata.

La búsqueda de la verdad siempre ataca por sorpresa. El intrépido periodista tenía la operación perfectamente preparada: aprovechando que había un encuentro deportivo en el patio, se pasearía libremente por él haciéndose pasar por un espectador visitante. Buscaría a Álvaro y sus compañeros. Empezaría a hacer preguntas de esas que parecen inofensivas y banales pero que arrancan respuestas, y todas quedarían fielmente registradas por su cámara oculta. Con un poco suerte, puede que no le hiciera falta hablar, con un poco de suerte las imágenes -una burla, un empujón, un vació- hablarían por sí mismas. Ahí estaba la niña aquella. ¡Maldición! Mejor que no le viera, que tenía cara de lista, y las niñas así suelen poseer memoria fotográfica.
Se refugió convenientemente en una esquina del patio, detrás de una columna. Allí estaba plantado un chaval, con pinta de tener la edad de Álvaro, y con pinta de pánfilo.
-¡Oye, tío! ¿Qué tal equipo tenéis? Soy un papá del otro cole y nos hace falta ganar como el comer, macho.
-No se haga muchas ilusiones, jefe. Tenemos a tres tíos cojonudos.
-¿En serio?
-Ponce, Galeno y Jorco son brutales. No sé cómo seréis, pero seguro que las vais a pasar canutas.
Los gallitos del corral, sin duda, y muy probablemente los directores de todas las agresiones contra Álvaro. Habría que seguirles la pista de cerca y, quizás, hacerles un par de preguntas.
-¡Joder, me dejas preocupado!
-Pues sí, somos la caña. Bueno, todos menos uno, que es más malillo y le acaban de meter en el equipo. Hoy es su primer partido.
-¿En serio? ¿Y cómo es que le han hecho ficha?
-Supongo que le gusta el fútbol-sala y en este cole se apoya a la gente para que sea feliz.
¡Qué respuesta tan correcta y rara viniendo de un escolar! El sexto sentido periodístico de aquel hombre empezó a pitar como la alarma de un submarino herido de muerte.
-¿Cómo se llama el tío ese tan malo?
-Llamarse, llamarse, se llama Álvaro, pero los colegas le decimos el Módulo. Es un mote cariñoso.
-¿Un mote cariñoso?
El intrépido periodista dirigió la mirada hacia el terreno de juego asfaltado. El equipo local hacía su entrada procedente del gimnasio, entre los calurosos aplausos del veinte por ciento de papás y mamás fanáticos que acuden a este tipo de partidos. El resto siguió charlando tranquilamente. El intrépido periodista confirmó su sospecha: era una trampa.
En pista, el Módulo corría con el resto de sus compañeros para calentar antes del partido, aunque de sobra sabía que él lo que iba a calentar era el banquillo. Y tampoco es que corriera exactamente “con el resto”, lo hacía un par de zancadas por detrás del grupo, aunque la razón era el fondo físico y no de rechazo social. En cualquier caso, corría con una gran sonrisa en el boca. Era la viva imagen de la felicidad.
Desde la ventana de su despacho -la cual, obviamente, dominaba todo el patio- el Caimán observaba al intrépido periodista. El Caimán sonreía satisfecho. Aquel gilipollas no sabía con quién se había jugado los cuartos.

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