8.Palabra
de Profeta.
-¿Cómo sigue esa vida, profe?
-Sigue.
El Profeta le preguntaba al Big Ben con regularidad cómo le iban las
cosas, un poco como un médico le pasa revisiones a un paciente. En
realidad, eso mismo era el Big Ben, un enfermito de ánimo y espíritu. Una afección de todo profesor novato, que a muchos sólo se les cura con la
jubilación.
-¿Apareció ya el dichoso cuaderno ese de inglés?
Al Big Ben le dio un vuelco el corazón. Si hasta el Profeta lo
sabía, era que el asunto era realmente serio.
-¿Cómo sabe lo del workbook?
-Mira, hijo, los curitas no nos enteramos de nada, pero lo sabemos
todo.
-En serio, ¿se lo ha dicho el padre director?
-Bueno, digamos que me ha llegado. Un colegio es un como un pequeño
convento de clausura, todo se sabe de todos.
-Me van a echar si no aparece, ¿verdad?
-¡Hombre, no creo!
-¡No tengo ni idea de dónde buscarlo!
-No te desesperes, ya verás cómo lo encuentras. Sigue con ello y
ten fe.
Lo cierto era que al Profeta le constaba que la continuidad del pobre
muchacho dependía de aquello. El Caimán tenía muchos secretos,
pero no la capacidad de protegerlos del Profeta. El viejo profesor
tenía sus fuentes, muchas y buenas. Al Profeta le habría encantando
ayudar al Big Ben, pero, ¿cómo? El colegio estaba por encima de
todo y todos, y había que protegerlo a toda costa de esos fisgones
advenedizos. Lo único que el Profeta podía hacer era rezar para que
el chico aquel tuviera un golpe de suerte.
Hombre, pensándolo mejor, quizás podía hacer algo más. Después
de todo, él era el Profeta, el curita de aspecto inofensivo que
manejaba un montón de hilos en aquel colegio. Igual resultaba un
poco arriesgado, pero apostar fuerte por echarle una mano a una buena
persona era en teoría parte de su trabajo, y, al fin y al cabo, un
sacerdote a menudo tiene que rezar con actos para que
triunfe su bando.
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