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lunes, 16 de mayo de 2016

Algo huele a podrido en (el estado de) mi cole (20).

9.La red del Caimán.
Nada escapaba a la inmóvil mirada del Caimán y su poderosa mandíbula. Incluso los que se creían totalmente a salvo eran observados, controlados y, si era preciso, atacados y devorados. El intrépido periodista no había sido una excepción. Él pensaba que había sido discreto, pero nadie podía ir haciendo preguntas a la puerta de aquel colegio sin que el Caimán buscara respuestas.

-En efecto, es un periodista de investigación. Le conozco bien, es de la competencia.

El Caimán sonrió satisfecho y congeló la imagen registrada por la discreta cámara de seguridad que había a la entrada del centro. Su experto de turno no le había fallado. Era uno de tantos en su extensa red. La red de expertos del Caimán era, en el fondo, un club de antiguos alumnos. Con la excusa, de “no perder contacto con nuestros amados muchachos”, el Caimán gestionaba un completo fichero de profesionales de todos los campos que habían estudiado en aquel colegio y a los que sabía que podía recurrir en caso de necesidad. Acelerar listas de espera médicas, conseguir billetes de avión a última hora, o, como en este caso, la identificación de un presunto periodista. La red del Caimán era de los más efectiva. ¿Y qué sacaban ellos a cambio? Bueno, llevarse bien con el Caimán. Siempre convenía -y mucho- llevarse bien con gente como el Caimán.

-Gracias, Díaz. Me sería muy útil si pudieras fisgar un poco y enterarte de qué pretende ese tío.
-Descuide, padre. Averiguaré todo lo que pueda, tengo un contacto en el medio de ese fulano que de debe un par de favores -esta vida es un continuo dar y cobrar favores.
Díaz siempre tan servicial y tan de fiar, ya desde los días de la educación primaria.
No obstante, el Caimán se olía de qué iba a aquello. El Caimán no tenía un pelo de tonto, el Caimán tenía el sexto sentido de los depredadores, ese que es indispensable para sobrevivir en los pantanos y en los colegios. El dichoso Pizarro Angulo, no iba a bastar con echar al profesor aquel. La prensa iba a meter sus sucios morros en su territorio en busca de carroña y era crucial que no encontraran nada. Iban a ir en busca del niño mártir marginado, pero se iban a topar con un chaval normal, feliz y perfectamente integrado.

Y tenía al hombre idóneo para lograrlo.

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