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domingo, 1 de mayo de 2016

Algo huele a podrido en (el estado de) mi cole (17).

Sarita, como es natural en la adolescente etapa escolar, empezó a mirar a los chicos con otros ojos (no era la única, como es obvio). Ella no ignoraba que era alta y guapa, y lo suficientemente lista como para percatarse de que el hecho tampoco les pasaba desapercibido a los chicos de su clase. Pero, más obviedades, a Sarita los que de verdad, de verdad, le gustaban eran lo más mayores, los que le sacaban uno o dos cursos. Pero para acercarse a esos, para que supieran que al menos existías, había que ser parte de un club muy exclusivo. Había que ser una Ceni.

Las Cenis la aceptaron en su cerrado círculo con relativa facilidad. Sarita era alta, guapa y tan lista como para darse cuenta de que tenía que hacer algunas tontería para ser una de ellas. Maquillarse como una puerta de piso piloto fue el primer paso, adaptar la forma de llevar el uniforme le siguió, un par de suspensos no estorbaron y, por fin, un jueves lluvioso a la salida, tuvo lugar el rito iniciático definitivo.

-Toma, dale una calada.
Sarita tosió, como era de esperar.
-Es la primera vez, ¿no?
-No...Sí...Bueno...
-No te preocupes, tía. Al principio da un poco de asco, pero luego te acostumbras.

Eva y Pústula contemplaron, muy tristes, la escena desde la esquina de la calle. Siempre había que mantenerse a una distancia de seguridad de las Cenis. Habían presenciado impotentes cómo Sarita abandonaba lentamente la hermandad de las Tres Mosqueteras en pequeños detalles de patio y en grandes gestos de los planes de un sábado por la tarde. La amistad de Amarisa se les había escapado poco a poco de las manos, como ese mercurio líquido que habían visto en el museo de Ciencias Naturales. Seguramente por instinto no habían intentado hacer nada por evitarlo. Era como si barruntaran que había llegado el momento de que sus caminos se separaran, el momento de que Sarita ligara con los chicos más mayores y ellas se quedaran con sus muñecas y sus fantasías de juramentos eternos de “todas para una y todas para siempre”.

-¡Mírala, tía, está fumando! -sentenció, casi llorando, Pústula.
Eva se limitó a encogerse de hombros y decirle a su amiga:
-Me temo que este año Sarita no va a querer venir ni a tu cumple ni al mío. Venga, vámonos, que te invito a un bollo.

Todo adolescente experimenta por primera vez lo que es de verdad una traición. Es parte de su aprendizaje.

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