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lunes, 11 de enero de 2016

Un Atraco de Derechas (4).

Diógenes Garcés no tenía por costumbre coger por la solapa a la gente -¡cuánto menos a su jefe!-, pero por el respeto y la admiración que le había tenido al padre, creía que era su deber hacer aquello con el hijo, aunque le costara el trabajo.

-¡Para ya, coño!

-¿Qué haces, imbécil?

-¡Que te queda lo justo para ir tirando! ¿Qué vas a hacer si también lo pierdes? ¿Trabajar?

-¡Yo sé lo que me hago!

-¡No, no, no, no tienes ni idea de lo que estás haciendo! ¡Eres un inútil!

-¡Estás despedido!

-¡Me alegro! Total, a esta empresa le quedan semanas de vida. Pero mi último servicio será contarle a tu familia lo que has hecho con la fortuna de tu padre.

-¡Te lo prohibo! Como hables con ellos, te mato. ¡Te juro por Dios que lo hago!

¿De dónde había sacado aquella pistola? (Ya, obviamente, del cajón de su despacho, pero esa no era la pregunta). Lo que parecía evidente era que tenía la capacidad y las ganas de hacer efectiva su amenaza. Y Diógenes era fiel, pero no tanto.

-Me voy para siempre, pero me despido con un ruego: para esto. Por el amor de Dios, hazlo.

-Recoge tus cosas y que te den lo que sea en administración.

Más sereno -pero no más sensato, que eso para él era imposible- Faustino García Guichán devolvió la pistola a su escritorio y tomó el teléfono.

-¿Sara? Bájate al quiosco y tráeme toda la prensa de Economía que tengan.

La Bolsa, inversiones en Bolsa. Ahí iba él a encontrar la solución a todos sus problemas. Sin formación ni experencia, pero él se iba a recuperar gracias a la astuta compra-venta de acciones.

Sí, claro.

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