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jueves, 26 de noviembre de 2015

La Discreta y Cruel Venganza de un Oscuro Profesor de Matemáticas (y 8).

Y fue a llevarle bombones al hospital (Adrián Juquilla se sentía un poco bastante culpable de todo aquello).

En efecto, eran todos un profesionales. A ninguno le habían hecho tanto daño como a Emilio Luarca. De hecho, al resto de sus compinches -incluido el que no se movía de pura cobardía- ya les habían dado el alta (o incluso los habían mandado para casa en urgencias), pero él seguía entre cuatro paredes de asepsia.

-¿Cómo vas?

La pregunta era retórica cortés, pues el chaval parecía una momia.

-No puede hablar -terció la madre de Luarca.

-¡Ah, claro..., la mandíbula!

-Rota...un estropicio, los médicos dicen que puede que incluso pierda toda la sensibilidad...

Y él allí con los bombones. Se sentía como el rey imbécil de los gilipollas.

Luarca giró un poco la cabeza y parpadeó un saludo a su antiguo profesor. Incluso parecía que se le había endulzado un poco el gesto. No podía hablar, pero estaba claro que podía escuchar.

-¡Ánimo, tío, que dentro de nada ya estás dando guerra! ¡Seguro que las chavalitas te están esperando como locas!

Luarca cerró los ojos y luego se le perdió la mirada. Otra metedura de pata, estaba sembrado. No hacían falta las palabras, Luarca, el chulo de Emilio Luarca, el niñato era ahora un hombre con el alma herida casi de muerte. Los golpes, la maldita mandíbula, le daban igual; su orgullo se podía ir a la mierda. Pero que Carmencita ya no estuviera con él, eso se le hacía simplemente insoportable. No podía hablar, pero lo decía todo.

-Bueno, lo dicho, que me tengo que ir.... ¡Mucho ánimo, eh!

No conozcas a tu enemigo, que igual te acaba cayendo hasta medio bien.

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