En efecto, la gente de Fer ya había sido avisada. Adultos en una pelea de niñatos, pero, ya se sabe, en el amor y en la guerra... ¿Dije adultos? Profesionales sería mucho más exacto. Aparecieron de la nada en una furgoneta y dos coches, reventaron a guantazos y golpes de bate y cadena a Emilito Luarca y sus partidarios y se esfumaron en la misma bruma de sorpresa y tubo de escape por donde habían venido. Rápido, limpio, devastador, profesional (como ya dije). Y sencillo, ni siquiera hizo falta sacar a pasear las pistolas. También cruel, porque, sin duda, enseñar alguna de aquellas armas de fuego habría sido suficiente para evitar la pelea. Pero, obviamente, había sido una lección explicada con la contundencia necesaria, y, sin duda, Luarca y sus amiguitos la habían aprendido para sobresaliente: Carmencita Diaga tenía nuevo novio. Y punto.
A Adrián Juquilla el espectáculo le había dejado absolutamente paralizado, en estado de conmoción, como a todos los espectadores. Tanta información y tantas preguntas tan de golpe le habían bloqueado su cerebro matemático.
-¿De dónde han salido esos, Adrián? -balbuceó otro profe.
-Ni idea, tío.
-¡Mira cómo han dejado a los otros pobres chavales! ¡Tirados en el suelo sangrando y gimiendo, yo creo que hay uno que ni se mueve!
-¿Llamamos a la policía?
-Sería una pérdida de tiempo, nunca los pillarían -intervino por sorpresa Fer Brezzi, fiel a su costumbre y la de sus aliados.
La pareja de flamantes tortolitos pasó -chulos, felices y de la mano- por delante de los dos profes.
-Aunque, por otro lado, a un par de ambulancias sí que convendría llamar. Hay uno que parece muerto, pero no os preocupéis, que no lo está. Mis amigos son grandes profesionales y tenía orden de no matar a nadie.
Adrián Juquilla sintió la tentación de preguntarle a Fer Brezzi de qué conocía a aquellas amistades, pero rápidamente decidió que era mejor no hacerlo.
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