El agua desencadenada sonó poderosa, como de costumbre. No hacía ni falta comprobar que se había ido "todo". Incluso en aquella ocasión, que el "todo" era un "mucho". ¡Cochino estreñimiento de dieta de modelo! Solo le restaba subirse la ropa, lavarse las manos y acicalares para continuar siendo perfecta.
Y, de repente, esas dos cabezas asomando por la parte superior de la cabina del retrete. Dos de los muchachos para todo del elitista estudio fotográfico. O sea, los últimos monos del zoo de la vanidad.
Grito, indignación y reproche.
-¡¡¡Ah!!!, ¿qué hacéis ahí, imbéciles?
Entonces, un pelín más tranquila, pánico y alarma.
-¿Cuánto tiempo lleváis? ¡No me habréis grabado!
-No, no, tranquila, señorita Shaikala. ¡Ni se nos ocurre! Ha sido por apuesta y curiosidad.
-¿Como? ¡Qué tonterías decís!
-Tontería ninguna, señorita Shaikala. Es este, que decía que usted no hace caca, que es demasiado perfecta para eso. Y yo decía que sí, y en el pique nos dio por apostar.
-Pero, ¿sois imbéciles o qué?
-Perdone usted, que sabemos que está muy mal.
-¡Está de vergüenza, imbéciles! ¡Haré que os echen por esto!
-Bueno, por lo menos he ganado la apuesta, y de sobra que, perdone usted, ¡cómo sonaban esos mojones al caer al agua!
-¡Gilipollas!
-¡Por no hablar de los pedos, que tres han sido tres, y el último de los buenos!
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