-¡¡¡Quinientas cochinas entradas!!!
El flamante director del hipódromo, señor García Jardiz, liberó su frustración palmeando la mesa de su despacho, para acto seguido resoplar de impotencia e intentar calmar sus nervios cubriendo con su mano algo sudada sus ojos recién cerrados.
-Qunientas siete, para ser exactos -precisó (impasible y cachazudo, fiel a su temperamento) Lumbrero, segundo al mando de García Jardiz.
-¡No me toques las pelotas, sabes tan bien como yo que es una mierda de asistencia!
-Hay que tener en cuenta que hay aficionados que tienen su abono de temporada, por lo que no pasan por la taquilla, y también a los que no están controlados, porque vienen con invitación, los cuelan o se cuelan por sus propios medios.
-¡Me da igual, hoy aquí no había más de mil personas!
-Tendríamos el número exacto si se invirtiera en el sistema informático de tornos que recomendé.
-Ya, lo que nos faltaba, con la ruina que tenemos, meternos en otro gasto.
-Tan sólo proponía una solución efectiva a lo que parece que es un problema para usted.
-¡La solución que nos hace falta es llenar este maldito hipódromo o nos vamos los dos a la cola del paro!
-Sabía dónde se metía, jefe. En en este país no hay la más mínima afición por las carreras de caballos. Ya se lo dije antes de que aceptara el cargo.
-Jamás pensé que diría esto pero, ¡maldito fútbol!
-En efecto, tiene usted toda la razón. Si no podemos llenar el hipódromo de fans de los caballos, tendremos que recurrir a los del fútbol.
-¿Qué tonterías dices?
-Siéntese y le cuento. Se me acaba de ocurrir un plan.
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