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domingo, 26 de abril de 2015

Tarde de Toros,

Pertíñez echó un vistazo a los tendidos del esquelético coso. No debía de haber más de cien personas, y esa cifra ya le parecía una exageración, dado el espectáculo que se ofrecía. ¡A buenas horas iba él mismo a estar allí si no fuera porque había entrado gratis y no tenía nada mejor que hacer un domingo por la tarde!

A su lado, el comisario -muy en su papel de presidente del festejo- le hizo una seña al alguacilillo. El espectáculo (más o menos) podía comenzar.

La comitiva no mejoraba las pobres expectativas generadas por el marco y la concurrencia: los diestros parecían demasiado jóvenes y enclenques como para plantarle cara a un toro, mientras que sus hombres de plata se antojaban viejos y gordos en exceso como para huir en condiciones.

-Es novillada sin picadores, ¿verdad? -interrogó Pertíñez, a lo que el señor presidente -reglamentario puro en boca-, se limitó a asentir.

-Me parecen muy críos estos como para ser toreros.

-Todos los novilleros son jovencitos -pareció decir el presidente (el puro le impedía vocalizar en condiciones).

-¡Pues es de la derecha no parece que tenga ni quince años!

-¡El toro no te mira el carné de identidad, sino los huevos!

-Sólo espero que este sitio tenga una buena enfermería...

El presidente se rió socarrón. Dejó pasar unos segundos y, por fin, contestó.

-Hombre, si es cosa de tiritas y mercromina, creo que tienen. Para cualquier cosa más seria, hay que llevarlos al hospital provincial. Pero no se preocupe, Pertiñez, que me han dicho que el conductor de la ambulancia es un fiera.

Pertíñez asintió pesaroso, casi angustiado, y, desde luego, escandalizado. Ahora entendía qué pintaban ahí la mayoría de esos espectadores. Algún puñado de buenos seguidores de la fiesta habría, pero el resto eran una pandilla de cochinos morbosos.

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