-¿Por qué mantenéis a ese tío?
-Imagen, los de marketing dicen que interesa, cuestión de imagen corporativa, y a los niños les gusta hacerse fotos con él. Además, que le damos cuatro perras.
-Los niños pequeños, porque el resto de la gente no le hace ni puto caso.
-Mejor para él, que los que lo hacen es para cachondearse.
La cuestión se zanjó con una carcajada burlona de la pareja presidentes deportivos de los de purazo y barriga.
Aunque razón no les faltaba.
Gorilete recorría la banda y la gradería baja a saltos y gritos megáfono en mano: "¡Venga, venga, todo el estadio en pie animando a nuestro equipo!"
Pero el estadio, poco caso (o ninguno). A los que animaban no le hacían falta que les animasen, y los que no tampoco iban a cambiar de opinión porque un fulano vestido de mono futbolista se lo mandara.
-¡Calla, gilipollas, que estoy viendo el fútbol!
Ya lo habían anunciado los presidentes.
Y Gorilete -claro está- a hacer oídos sordos y a seguir con lo suyo, que para eso le pagaban.
-¡Vamos, vamos, arriba!
Terminó el partido. Empate.
-Toma, machote.
Sentado en una esquina del vestuario de empleados, con la traje (¡que qué calor da el condenado!) todavía sin quitar, la máscara sobre las rodillas y el pelo muy sudado, Gorilete -Juan- inspeccionó el contenido del sobre.
-¡Joder, a ver cuándo me subís un poco!
-Es lo que hay, machote.
-Ya.
Es lo que tiene ser un actor en paro con hipoteca e hijo.
Que te toca ser Gorilete por cuatro perras.
Que nunca ganas en el vida. Con suerte, empatas.
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