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domingo, 1 de febrero de 2015

Canas en la Coleta.

-¿Qué tal lleva lo del inglés?

El profesor le regaló a la periodista una sonrisa (como propina de la exclusiva de su primera entrevista en un lustro). Era más bonita pero menos digna que la de hacía 15 años. Posiblemente, porque se había arreglado aquel diente tan feo que le asomaba en tiempos.

-Bien, ahora bien. Al principio me costaba, pero, después de casi cuatro años, mis alumnos ya comprenden lo que digo, más o menos. ¡Aunque no estoy tan seguro de que lo entiendan!

Volvió a sonreír, pero el seductor de antaño ya no era lo que solía. Era como aquellos galanes viejos que ya sólo encandilan al puñadito de acérrimas seguidoras.

-¿No echa de menos España?

El profesor se puso serio. Esperaba la pregunta, y ya tenía bien preparada la respuesta.

-Tenía que poner distancia. Después de todo lo que pasó, España no era un sitio en el que me sintiera cómodo.

-Hay quien dice que salió huyendo...

-Cada cual es libre de pensar lo que quiera.

-¿Qué falló?

Otra pregunta esperada, temida y preparada.

-Muchas cosas. Un fracaso no es un fenómeno sencillo, sino un cúmulo de circunstancias. Admito que no supe, pero he de decir que tampoco me dejaron.

-Subestimó usted a sus enemigos.

-Pensé que el pueblo me ayudaría a combatirlos, pero no fue así. Fui tan inocente que creí que no se venderían tan baratos.

-Pero usted les hizo un montón de promesas que jamás cumplió.

-No me dejaron, no me dejaron...

El profesor sonaba inequívocamente atormentado.

-¿Y sus compañeros, mantiene contacto con alguno de ellos?

Era la pregunta con más mala idea de todas. Por eso la había dejado para el final.

-¡Esos sí que se vendieron bien baratitos!

La periodista decidió que había llegado el momento de relajar un poco la presión.

-¡Las vistas de la bahía de San Francisco son preciosas!

El profesor sonrió, más relajado.

-Mucho, ¡y pensar que en Madrid mi despacho de la universidad daba un muro de ladrillos rojos!

El profesor se giró para volver a certificar lo bonito que era aquel paisaje. Entonces, la periodista la vio. Allí seguía, gris tirando a blanca, pero irreductible.

-¿Nunca ha pensado que quizás ya tenga edad de cortarse el pelo?

El profesor meditó unos segundos y asintió solemne.

Sí, quizás había el momento de rendir los ideales y admitir que él, como todos aquellos a los que criticaba, también se había entregado a un pedazo de trabajo de 200.000 dolares anuales por hacer poco tirando a nada.

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