-Creía que nunca se iba a morir, la tía cabrona.
-La tía Sabina, querrás decir.
El reproche iba con sorna, como reconocieron los dos ocupantes del coche con una sonrisa. Eran Isabelita Sarrasqueta Pi y su enésimo marido, Arturo Boqueiza Díez-Jones. Se dirigían al tanatorio, pues había fallecido -por fin- la tita (de ella) Sabina. 95 años había durado (la tía cabrona).
Había muerto soltera y solterona.
-Supongo que nos encontraremos con toda la tropa allí.
-No lo dudes.
La "tropa" eran la tía Manolita -hermana menor de la finada- con sus tres hijos y los respectivos legítimos, y el resto de la retahíla de sobrinos de la tita Sabina (Rodriguito, Alvarito, Jaimito el de Rosita, Jaimito el de Carmencito, Jaimito el de Jaimito, la propia Isabelita, su hermano Carlitos y Dori, la mayoría también con legítimos).
-¿Y dices que del testamento no sabemos nada?
-De nada.
-¡Mierda, ahí hemos andado torpes! Seguro que esos mamones de los Jaimitos has metido mano.
-No, siempre que la iba a visitar...
-...Que no era con mucha frecuencia.
-La suficiente...Bueno, que siempre le sacaba el tema y ella se reía y no me decía nada. Si yo no pude, esos tampoco. Yo era una de sus sobrinas favoritas.
-¿Y la hermana?
-¿La tía Manolita? Esa lleva años gagá. Me preocupan más sus hijos.
-Lo que está claro es que la gran batalla va a ser por la finca de Extremadura.
-Sin olvidarse de ciertas joyas...O el piso del centro.
-Sí, va a ser un combate curioso.
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