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martes, 6 de enero de 2015

El Festín de las Hienas (2).

-¡Que la aguanten los herederos!

La tita Sabina nunca fue la más dulce de las personas (era una pesada soberbia e insoportable, ¿para qué andarse con paños calientes?) y era común que se pronunciaran estas palabras sobre ella. Sí, sin duda todo el interés que despertaba su amor era el interés.

 -¡No seas así, Tomás!

-Sabes que es cierto.

Tomás Boqueiza Díez-Jones era el cuñado de la sobrina Isabelita Sarrasqueta. En otras palabras, lo bastante cerca de la tita Sabina como para tener que soportarla de cuando en vez, pero demasiado lejos como para poder esperar sacar tajada de su herencia.

Y así, por esas cosas tan raras del quedar bien, Tomas Boqueiza había acabado en el tanatorio aquella tarde. No esperaba sacar nada en limpio, pero, simplemente había que estar, tocaba.

-Hola, hermanito, ¿te vienes a tomar un café?

Típico de ese tipo de velatorios que nos alcanzan de refilón.

-Quizás más tarde. No quiero dejar sola a Isabelita.

-¿Ya se está empezando a mover el tema de la herencia?

-De momento, no, pero el circo puede abrirse en cualquier momento.

-¡A ver si podéis trincar la finca de Extremadura!

-Te gustó, ¿eh?

-¡Joder, mereció la pena aguantar a la vieja sólo por ponerse ciego de ese jamón!

-Sí, pero yo no tendría muchas esperanzas.

-En fin, por lo menos el piso del centro.

-Se hará lo que se pueda.

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